Manifiesto de Amor.
Hay quienes
hemos muerto varias veces
porque nos hemos
lanzado a la locura de amar sin saber que es el amor
y hemos
confundido cardos por rosas
hemos bebido
de labios que nos han tenido prisioneros
e incluso hemos
festejado de ser esclavos moribundos,
a merced de
quienes entregamos nuestras vidas
como si le entregásemos
a un ídolo.
Nuestros corazones
buscan inevitablemente la adoración
y
confundimos nuestra sed de amar y encontrar un amor,
buscando a la
persona que será la razón de nuestra adoración;
y los
proclamamos ídolos en nuestros corazones, que incluso siendo de barros,
los vemos
de oro, angelicales y perfectos.
Pero en
esta carrera loca hacia la muerte
vivimos la
vida con cierto frenesí de atosigarnos de vivencias,
amores (ídolos)
aquí y allá.
Con la idea
fija de vencer a la muerte
hacemos de nuestras
vidas una suerte de laberintos,
nos perdemos
en sus pasillos, volvemos sobre los mismos
y nunca encontramos
la salida de ésta carrera desenfrenada,
donde ilusionados,
aceleramos nuestros pasos tras creer vislumbrar
la salida,
y nos encontramos con otro pasaje sin escapatoria;
hasta que
caemos rendidos y abatidos, donde el respirar incluso nos es molesto…
Y es
entonces cuando escuchamos la voz que venimos callando
la voz que
nos dice “ven a mí hijo”.
Si somos
capaces de humillarnos dejando de lado nuestro yo,
sabremos que
el amor siempre estuvo,
que la
inevitable sed de adorar es parte de nuestra naturaleza para con Dios,
pero en
tiempos de incredulidad preferimos adorar a nuestros pareceres
y ya no
vemos al amor como un tesoro inalcanzable
porque el
amor está allí, en el Dios vivo
y el manifiesto
de amor más puro lo hallamos en Jesucristo,
su unigénito,
que dio la vida para cada ser humano que cree en él,
como el único
camino, verdad y vida;
creyendo por
fe éstas verdades,
despertamos
de la vieja vida que muere tras nosotros,
pero se
levanta una nueva, con los ojos puesto en Cristo
ya no
andamos como ciegos que vuelven tras sus pasos
sino como
lumbreras amando a Dios y amando a nuestro prójimo
que son
todos aquellos que nos rodean,
comprendiendo
que amar no es fácil
pero es un
desafío de todos los días, animarnos a entregarnos
a ser
instrumentos de amor para que otros conozcan
el amor del
Dios padre en nosotros;
así, tal
vez encontraremos la persona que el Altísimo
sabe que
deseamos encontrar con todo nuestro corazón,
para que
ya, no siendo uno sino dos,
unamos las
fuerzas en una institución tan sagrada
por ser la
primera que instituyó nuestro señor,
el Matrimonio del hombre y la mujer
Diego Emilio Corzo.